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viernes, noviembre 18, 2011

Helarte por el arte o qué les pasa a las nuevas generaciones.

Ése es exactamente el título de un blog que espera, casi como éste, a ver la luz del todo.
HELARTE POR EL ARTE. También en blogger. Puedes visitarlo pinchando aquí:  helarteporelarte.blogspot.com.

Se trata de un intento más de no quedar al margen de las nuevas tecnologías, toda vez que acercar el mundo del arte a los más jóvenes, especialmente a los estudiantes de la misma. Esas nuevas generaciones que parecen cada vez más alejadas de la cultura. Se matriculan muchos, algunos se forman, es cierto. La educación aún goza de un tenue, aunque cada vez menor prestigio. Estudian para "ser alguien", para conseguir un trabajo, mejor si es bien pagado. Pero ¿y la cultura? La cultura ya no se precia. Los estudiantes ya no leen por placer, como mucho, leen "Harry Potter" y "Crepúsculo" cuando mi generación ya habíamos leído y a veces releído varias veces a algunos de los grandes. En ocasiones hasta paladeábamos en alto los versos de Jorge Manrique, de San Juan de la Cruz, de Quevedo, de Machado, de Miguel Hernández, de Pedro Salinas, ¡por el mero gusto de escucharlos! Leíamos a Unamuno, a Valle Inclán, a Dostoyevski, a Chéjov, a Gógol, novela, teatro, poesía... Hoy muchos ni siquiera sabrían distinguir los géneros literarios. Leen por obligación.

Comentábamos algunos compañeros de trabajo, hoy profesores, el placer que sentíamos en nuestros tiempos "jóvenes" al reunirnos unos cuantos estudiantes a comentar en sabrosa tertulia -regada por algún líquido que aclarase las ideas y las voces- algunos de los libros entonces de vanguardia: las obras de Eco, las de Kundera, especialmente "La insoportable levedad del ser", "La inmortalidad", por no hablar del repaso que hacíamos a Süskind, a Kafka... Conocíamos a los filósofos y hablábamos de ellos al son que tocara, Parménides, Heráclito, Platón, ¡cómo no interesarse por Santo Tomás, por Descartes o Spinoza en aquellas edades! De alguna extraña forma, no sé muy bien cómo, integrábamos nuestras lecturas y conocimientos en nuestras vidas: los amores eran a menudo platónicos, el panteísmo de Spinoza nos latía como de muy dentro, por primera vez sentíamos, como pequeños filósofos, la necesidad real de encontrar el motor último que movía las cosas del mundo, andábamos pendientes de las novedades editoriales no tanto en los escaparates de las librerías como en los más accesibles estantes de las bibliotecas. Aquel mundo de pergamino ya no existe.

Hoy se mueven en internet, picotean como pollitos el grano, unas migas por aquí, otras por allá. En lugar de leer literatura, buscan en "el rincón del vago", o ven la adaptación cinematográfica correspondiente. Cualquier camino es más fácil que el de leer. Probablemente sea verdad, pero el placer que se pierden, el de la mirada atenta, el del olor de los libros, el de viajar ¡gratis! a miles de años-luz, el de convertirse en otros personajes como por arte de magia, el de saborear las palabras en la punta de la lengua, el de declamar en alta voz medio haciendo teatro, el de firmar los libros nuevos con adornos, con exlibris, el de dedicarlos cuando eran un regalo, el de volver de la biblioteca con un cargamento de obras ¡que al fin conseguiste tras semanas o meses de espera!, el de comprar o compartir libros con tus amigos, el de ir leyendo nuevas obras del mismo autor que te atrapó, el de relacionar unas obras o autores con otros, el de las tertulias en los bares, el de atesorarlos en tu propia biblioteca y verlos amarillear con los años, el de pensar con qué libro te quedarías si sólo pudieras elegir uno... el placer que se pierden, que aún no conocen y que quizá no conozcan nunca, ese placer del arte por el arte, de la cultura como diversión, mis compañeros y yo, desde luego, no lo cambiaríamos por nada.